Asfalto y tierra

    15 oct 2025 / 08:32 H.
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    En una época del “yo” absoluto, que casi nos obliga a hacer una publicidad constante de nosotros mismos, escuchamos hasta la saciedad aquello de “hay que saber venderse”. Mostrarse, exhibirse, estar en permanente modo yo. La modestia, la sencillez, la discreción... la verdad, parecen condenadas al fracaso. Día a día parece que todos estamos obligados a participar en ese juego banal: estar o no estar; lo de ser importa poco mientras el escaparate esté montado y con el brillo adecuado. La vorágine de alardes, contoneos y exageraciones nos arranca la humildad y, a la vez, hace que lo sencillo parezca ridículo. Quien aporta normalidad al juego vital queda fuera de juego, o en la nada. Esta fórmula es la misma que se aplica a la relación entre las grandes ciudades y los entornos rurales. Cada vez más, todo es centralismo y todo está en la ciudad: eventos, infraestructuras, luces, atracciones, centros comerciales, oportunidades de más “yo”, oportunidades que —supuestamente— no ofrece un pueblo. Conviene recordar que humildad viene del latín humus, que significa tierra. Y aunque no esté de moda, ayuda a limpiar el corazón y a recordarnos que solo sé que no sé nada, y que lo más ridículamente humano es acudir al yo, que solo debería activarse en caso de emergencia. Aun así, siempre resulta tentadora la trampa de la arrogancia: la del asfalto sobre la tierra, esa ilusión engañosa de que todo va bien...

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