Corrientes profundas

10 may 2024 / 08:56 H.
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En el año 1975 y, ante el hecho real e histórico de la muerte de Franco, en España se inició un proceso para dejar atrás una dictadura y avanzar hacia la democracia. Como es natural en aquella fecha en nuestro país había dos sentires y un camino que recorrer difícil y peligroso. Llegó el momento de mirarse frente a frente vencedores y vencidos; llegó el momento de mirar el futuro sin revanchismos, con cabeza, con generosidad y, desde luego, con inteligencia política y ciudadana.

Ambos, políticos y ciudadanos, estuvimos a la altura de “la circunstancia”, y poniendo por delante la superación de la terrible y vergonzante guerra entre hermanos, en 1.977 nos dimos la oportunidad de instalarnos en una naciente democracia para superar injusticias y atrocidades cometidas por ambos bandos durante la guerra y durante cuarenta años de dictadura. Ese fue el gran reto español conseguido a pesar del miedo a los golpes de estado, al terrorismo de ETA. La extrema derecha y sus representantes, así como la extrema izquierda y los suyos, tuvieron la oportunidad de tener asiento por la voluntad popular en el Congreso de los Diputados. Víctimas y verdugos juntos para hablar y debatir en un marco constitucional y no a tiros. Un marco constitucional para configurar el modelo democrático en el que cabemos todos. Para hacer posible esta gran obra de la Democracia se hicieron pactos (no pondré nombre a nada, porque el lector los sabe); se llegaron a consensos para reformar instituciones no democráticas y dar paso a la tímida Democracia, y todo ello bajo un clima de miedo a la involución y al golpe, pero con una ilusión mucho más grande. Queríamos y queremos una España en paz, en desarrollo, en progreso, una España en la que la palabra y la libre expresión sirviese y sirva para limar nuestros desencuentros y nuestras diferencias, que las hay. La grandeza de la democracia es que cabemos todos dentro de ese gran marco que es la Constitución Española. Una gran trayectoria del pueblo español, que se ve alterada por tanto griterío, por tanta maledicencia, por tanto tacticismo. No obstante, ahí estamos, elección tras elección, jugando en este tablero endemoniado en el que avanzan y retroceden los blancos y los negros (hablo de fichas) a modo de un juego de ajedrez, sin percatarse de que en ese tablero también juegan otros actores minoritarios aún, pero fundamentales para el juego de ambos. El resultado nunca será a gusto de todos, pero sí representativo de la voluntad popular. Es esa voluntad popular la que hay que plasmar para la gobernanza, puesto que todo se ha de llevar a cabo dentro de la Carta Magna. Y ahora aterrizo. No entiendo desde el plano político, humano, religioso ni territorial, como es posible que una Ley como la de la Memoria Democrática, que se acomete casi cuarenta años después de la aprobación de la Constitución, puede levantar tanta polvareda, rencores y revisionismos, cuando de lo que se trata, literalmente, es de reparar mediante la búsqueda, identificación y entrega a los familiares de las víctimas, de esos restos que aún permanecen en las cunetas y barrancos, para que puedan ser enterrados dignamente y descansen en paz ellos y sus familiares. Tras cuarenta años de franquismo y más de cuarenta de restauración democrática, no es entendible que haya aún restos de miles de españoles, en paradero desconocido y sin identificar, sin que haya un gran movimiento social para una reparación imprescindible y necesaria. Esta Ley quedó aparcada para cuando la sociedad española fuese plenamente democrática y pudiese reaccionar no desde las tripas, sino desde la humanidad, la compasión y la justicia. Es una Ley de Reparación. No es de recibo esta animadversión contra ella. Busquemos en las profundidades de nuestras almas, porque allí encontraremos las corrientes profundas que tienen que ver con la humanidad. Que fluyan la paz y la concordia desde la justicia.

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