El reloj del Apocalipsis

    02 mar 2024 / 09:59 H.
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    En mis tempranos contactos con la literatura bíblica el Apocalipsis no era sino una divertida aventura que se codeaba con mis tebeos de hazañas espaciales y terrores varios. Recuerdo todavía a los dragones y bestias, a los caballeros con espadas en la boca y estrellas en las manos, jinetes repartiendo plagas, música de trompetas anunciando el Armagedón y un coro de “rameras de Babilonia” que, en mi blanca inocencia no eran sino bailarinas danzando —sinuosas, eso sí— con sus velos al viento. Y todo aquel espectáculo multicolor resultaba ser, cuando ya debías empollarlo convenientemente, el anuncio del fin del mundo. Desde luego aquello tenía que ser divertido, te decías mientras subrayabas lo importante para el examen.

    Pasaron los tiempos, casi los milenios, y resultó que nada era tan fácil, tan sencillo ni, por supuesto, tan divertido. Hace apenas unos días descubrí que un grupo de científicos de la Universidad de Chicago llevan muchos años “dando cuerda” a un llamado “Reloj del Apocalipsis” o “Reloj del Fin del Mundo”. Son temibles los investigadores cuando no tienen nada que hacer, pensé al leerlo. Pero ahondando en sus teorías la inquietud puede vencer a la incredulidad, la sonrisa complaciente o el ademán despreciativo.

    Tanto es así que cuentan que dicho reloj nos coloca en estos momentos de la historia a solo noventa segundos del final. ¿Cómo nos quedamos? Parece ser que nunca ha estado el contador tan cerca del reset definitivo. Al principio, cuando el peligro que nos atenazaba eran las armas nucleares, parecía que era fácil detener el dedo del mandatario loco para que no apretara el botón, pero ahora los peligros se han elevado, casi, a la enésima potencia. Virus enloquecidos que provocan pandemias mundiales, tensiones geopolíticas de gravedad, avance imparable del cambio climático o los tejemanejes de la ciencia, la tecnología y los proyectos de inteligencia artificial son peligros de difícil contención. Nuestra supervivencia como especie parece estar colgada de esas manecillas que avanzan sin remedio. En este punto apelo al recuerdo cinematográfico en el que científicos con cara preocupada anuncian a los políticos incrédulos el advenimiento de un “evento compatible con la extinción”. En las películas ya sabemos que el guapo, la bella, el grupo de sabios, algún político de buen corazón y una pequeña comunidad elegida por criterios nunca claros, se salvarán en arcas enormes, cohetes interestelares o refugios subterráneos. Pero la Humanidad sucumbe a la espera de un nuevo renacer que será, claro, luminoso y de excelsa belleza. No olvidemos que los Adán y Eva elegidos son prácticamente modelos de exquisita apariencia. Tampoco los científicos supervivientes suelen parecer campesinos del Cáucaso precisamente. Sales del cine o apagas el televisor convencido absolutamente de que, en caso de producirse tal evento, vas derecho a la destrucción sin remedio.

    Los señores de Chicago que alimentan el reloj nos están avisando de que hay que tomar conciencia, movilizarnos, reducir riesgos y programar medidas y soluciones. Y lo vienen diciendo desde los años cuarenta, tras la Segunda Guerra Mundial. Tras muchos avatares, en 2023, el reloj avanzó 10 segundos hasta las 23:58:30. Las 00:00 horas definen el apocalipsis. Y ahí seguimos sin que parezca importarnos.

    El planeta sufre condiciones extremas. El año con temperaturas más cálidas jamás registradas, emisiones multiplicadas de gases efecto invernadero, proliferación de armas no solo nucleares sino también biológicas y las amenazas de usarlas... No solo no nos importa, sino que se crean corrientes de opinión contrarias a cualquier medida que pueda parar el reloj del fin. Quizá sea el principal peligro: nosotros mismos. Nuestra proverbial inteligencia nos ha procurado un desarrollo, un progreso, un avance descomunal que, tal vez, puede acabar con nosotros. La extinción nos espera y no tenemos, parece, intención de detenerla. ¡Que las manecillas del Reloj del Apocalipsis nos cojan confesados!

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