Las “muertes” de Federico

10 mar 2024 / 09:44 H.
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Si hay un personaje que nunca ha dejado de abonar nuestro imaginario, ese es Federico. Y no hay que añadir sus apellidos o, mejor, solo citando el último ya nos es suficiente: Lorca.

Su muerte, las circunstancias en que se produjo y la leyenda que siempre ha rodeado su última morada han sido y siguen siendo un motor para la imaginación literaria y cinematográfica a lo largo del tiempo. Alguien definió al poeta como “el muerto más vivo de la guerra” y, en efecto, la literatura y el cine se han ido ocupando de desgranar las mil y una posibilidades que podrían haber sido posibles, o no, tras el disparo atroz en aquella noche en que las estrellas lloraron y se hicieron poema. Un libro recién publicado, “Las muertes de Federico” de Manuel Bernal, nos deja a las puertas de tantas y tantas teorías, elucubraciones y dudas sobre lo que sucedió con García Lorca hace casi noventa años.

Hay historias a las que es fácil engancharse y dejar correr la lágrima de esa alegría que nos deja al poeta vivo tras la infamia. La de un Federico ayudado por un carcelero degustador de poesía que consiguió escapar en barco rumbo al Pacífico para terminar protegido por Pablo Neruda, pero con sus capacidades mermadas por el disparo. Tanto así que, sin tener conciencia de ser quien era, termina sus días añorando un pasado que ya ignoraba pero que le retrotraía a aquel tiempo en que la música de Miguel de Molina seguía aportándole una pizca de sonrisa conciliadora. Otra historia a la que nos gustaría dar pábulo es la que llevó a las pantallas Miguel Hermoso en 2003. La película se llamó “La luz prodigiosa”. Tenemos aquí a un Federico que, tal vez, sobrevivió: un pastor ayuda a alguien al que los verdugos han dado por muerto tras fusilarlo. Poco a poco, ese hombre, sin memoria, va recuperando la que pudo ser su vida ayudado por una monja. Obviamente el círculo se cierra y esa persona podría ser Federico. Una fábula que nos interesaría hacer realidad a pesar de que muchos otros testimonios ofrecen la otra, y dolorosa, cara de la moneda.

Ian Gibson, estudioso del tema, menciona a los presidiarios de La Colonia cuando estos afirmaron haber cerrado los ojos al cadáver de Lorca, bajo la atenta mirada de, una vez más, las estrellas llorosas en Víznar.

También Manuel de Falla intercedió por Federico y apuntó en distinta dirección a la versión oficial. O el testimonio de la única persona que reconoció tener una relación con Lorca, Juan Ramírez, que tuvo que enterrar su dolor entre el silencio impuesto por presiones familiares y sociales. Lorca parece haber muerto, o no, de muy distintas formas o, al menos, su recuerdo se ha ido alternando con hechos no probados, historias fabuladas o rumores con más o menos fundamento. Se dice que un taxista, Francisco Murillo, trasladó el cuerpo hacia un destino no revelado o que los restos del poeta acabaron en Madrid. Más fuerza tiene la versión que afirma con certeza no confirmada que la familia recuperó en secreto el cuerpo y que lo enterró en la Huerta de San Vicente.

Dijo Juan Ramón Jiménez sobre Lorca: “Quiero dormir tu morir” y Concha Méndez tildó al poeta como “verbena de poesía”. De una u otra forma, Federico sí que sigue vivo en sus versos, en su teatro, en su corazón, que ya nos pertenece a todos y nos ilumina con su “luz prodigiosa”.

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