Lumbres de invierno

    06 feb 2024 / 09:08 H.
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    De San Antón a la candelaria ya hemos subido la temible cuesta de enero. Si el fuego incontrolable es sinónimo de destrucción, la llama amansada de la lumbre nos devuelve la reflexión de que muchas guerras se evitaron por una sosegada charla a su calor. Su resplandor trae la evocación de los mejores recuerdos, aquellos que fueron ardor desatado, ascuas de madurez y cenizas de nuestro pasar. La humanidad siempre ha encontrado en el ígneo elemento su final y renacimiento. Así seguimos, necesitados de una pausa mientras en el hogar crepita la candela con sus hipnóticas fulguraciones, ronronea el gato, susurra el viento, se escucha una historia, una tos, el tizonear de un brasero... Del otoño a la primavera pasamos la gélida página de la vida pensando que no hubo mejor entretenimiento que los cuentos escuchados en nuestro infantil paraíso abrazados por una voz al amor de un buen fuego. Esas narraciones que perviven como legado de nuestros mayores cuando aprendieron a domesticar el regalo de Prometeo arrebatado a los dioses. Necesaria se hace ahora esa llama eterna de la sabiduría en forma de lumbre. Sobre todo para dar luz a muchos lumbreras iluminados.

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