¿Muere el papel?

11 feb 2024 / 09:45 H.
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Con interés, dolor y sorpresa, leo una crónica sobre el peligro que corre nuestra memoria cultural teniendo en cuenta lo rápido que los soportes que la guardan quedan obsoletos. Nos hemos quedado anclados, quizá, solamente en el fin de los diskettes de ordenador, de las casetes, las máquinas fotográficas analógicas con su carrete de 12, 24 o 36 fotos, los vídeos Beta y VHS, los Super 8 y los VHSc, los Cd de música o los discos duros de capacidad prehistórica. Esos “aparatos” han pasado por nuestras vidas con una rapidez tal que apenas si los hemos podido disfrutar. Su influencia en nuestro día a día se ha ido difuminando con la llegada de nuevos gadgets digitales, pero mucho de lo que teníamos en ellos depositado ha naufragado en las oscuras mazmorras del progreso.

Aquella cinta del bautizo de nuestro primer hijo, la foto de un encuentro, la voz del abuelo recitando un viejo romance, el archivo primigenio con el primer trabajo serio de investigación... esas pequeñas cosas que nos hicieron ser como somos corren el peligro de desaparecer para siempre. La vieja cinta VHS pasada a digital nos descubre que el tiempo la ha maltratado y, a saltos y con mil rayas, imaginamos que estamos viendo una realidad ya suspendida y solo viva en el recuerdo.

Hay un formato, sin embargo, que ha permanecido con nosotros a través de los milenios. Es el papel entendido como soporte sobre el que verter el contenido de nuestra alma. Ya sean pergaminos, papiros o papel tal y como lo entendemos hoy, ahí hemos conservado la civilización. Monjes medievales, copistas egipcios, escribas y todo un mundo de secretarios, escribanos y “escribidores” fueron grabando la “Historia” con sus propias manos, con plumas de ave, pinceles, lápices y todo lo que siguió después. Y, en la mayor parte de las ocasiones, ha llegado a nuestros días en un estado de conservación bastante aceptable teniendo en cuenta los avatares superados. Muchos de esos documentos, personales, comerciales, periodísticos y de cualquier otro tipo han visto una nueva puerta al futuro con la digitalización, pero... ¿en qué formato? La investigación que mencionaba al principio, publicada en el New York Times, habla con devastadora crueldad de la fragilidad de lo digital: podríamos perder parte de nuestra memoria porque un formato de archivo quede obsoleto, afirma ese estudio. Y si hablamos de publicaciones en redes sociales, el abandono y la pérdida son de tal intensidad que dependen de que una “nube” funcione o no ese día. Recordemos el pánico mundial cuando una red cae por unas horas. Creemos perder no ya —y solamente— lo que allí guardábamos sino incluso el contacto con los demás, con esa comunidad de amigos/desconocidos que solo coinciden con nosotros en la acepción del adjetivo “virtual”.

De ahí que, en tiempo difíciles, el papel sea nuestro refugio. Las hemerotecas nos dejan ojear cómo era la vida de nuestros antepasados cercanos, las viejas bibliotecas son un inmenso océano en el que navegar por la Historia. Y no caducan. El papel prensa es algo físico, como nuestra propia vida, no un soplo eléctrico en el que las palabras, las ideas, los sentimientos vuelan, pero no libres, sino apresadas por la técnica. ¿Estarán vigentes los formatos que conocemos dentro de cien años? No lo sabemos con seguridad. El papel, sí.

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