El árbol de Judas como metáfora

Cuenta la leyenda que Judas Iscariote se quitó la vida en un árbol del amor por la forma en corazón de sus hojas y por eso su característica forma encorvada desde entonces, por el peso de la traición a Jesús. Pasó de ser conocido como el árbol de Judas cuando siempre se le llamaba árbol de Judea y nos sirve hoy como metáfora de esta ciudad, que dio un aviso de su ahogo sempiterno un 10 de marzo a través de este característico árbol ornamental y frondoso (la foto no deja lugar a dudas) y veinte días después, en la Avenida de Barcelona lo que se abrió es un socavón que descubrió las entrañas de nuestro alcantarillado, para nada moderno, para nada consecuente con los ciudadanos de ahora, con las aguas fecales casi a flor de piel. Es la metáfora permanente de una ciudad que quiere y no puede, que quisiera querer y no la dejan, siempre que sí, pero no.

Jaén es la única capital de España que no se acerca al 40 por ciento de su población total y podríamos decir, además de que tiene el Ayuntamiento más endeudado del Reino, que su proyecto de ciudad moderna está en permanentes pañales, aunque metáfora pura, atraviese la primavera de su vida. Y lo curioso que viene a “despatar” este árbol que se traga la tierra y nadie hace nada y, consecuencia, clara, aparece un socavón de enormes dimensiones sin, felicitaciones, daños personales, es que en Jaén, pues eso, nunca pasa nada. Hasta la ilusión de Jaén Merece Más duró menos que un azucarillo en un café hirviendo y la mejor prueba metafórica contraria es que La Alameda se está tocando y no clama la ciudad, quizá porque su corazón, en sí, es una piedra acorazada por tantas decepciones. Vivimos en un paraíso sí, y los paraísos no echan chispas que despejen de munícipes mentecatos, pero, eso sí, también nos impide caer en pozos depresivos teniendo en cuenta además que la misión principal de quienes mandan es robarnos la sonrisa. El único lamento que hemos de echarle a los dioses es que no nos iluminaran con sabios que marcaran el futuro. No, por supuesto que no, a Jaén, de sus ojos, no le brotan ríos de tristeza municipal. Y debería.