La deshora de las horas

Hoy es Domingo de Resurrección y al “señor Jota” le viene a la memoria esa infancia de estrenar ropa para los oficios, Pascua tras Pascua, también para el día de la Virgen y no es por hacer equiparaciones con el dispendio de hoy, armarios llenos y tiendas a rebosar más la venta por internet, es, simplemente, porque entre quienes viven para olvidar y olvidan para vivir, hay legión de anónimos habitantes del mundo que no olvidan porque lo vivido es la savia placententera de la que mana su felicidad presente. Cualquier tiempo pasado no fue nunca mejor, cierto, pero ay de aquellos que desmemoriados basan su sinvivir en asaltar los días con lo primero que encuentran a mano. “Podemos perdonar fácilmente a un niño que tiene miedo a la ocuridad; la verdadera tragedia de la vida es cuando los hombres tienen miedo a la luz”, decía Platón. Curioso esto del hombre actual, que ante la pertinaz sequía saca en procesión a sus santos para que llueva y cuando llueve echa de menos el sol porque no puede procesionar a sus imágenes sagradas. Al “señor Jota” le pasa lo mismo, es contradicción pura cuando hablamos de sentimientos, de fe, de pasión y hasta de fervor capillita, porque priman los pellizcos del alma y el raciocinio no las tiene todas consigo, pero da igual, reconoce abrumado de cómo se reencuentra en estos días con ese pozo de buenaventura vivida.

“La fe consiste en creer cuando está más alla del poder de la razón crecer”, recuerda el filosofo francés Voltaire cuando estudiaba Filosofía en COU y también: “La duda es un dolor demasiado solitario para saber que la fe es su hermano gemelo”, escrito por Khalil Gibran, un poeta libanés, hace dos siglos. Y es así cuando remanece el manantial del que brota su savia, de familia y de días felices, de bares cerrados en Pascua y lágrimas sueltas por ese divino “encuentro” mecido por costaleros en la esquina de toda la vida, a la que vuelve y vuelve sin arrepentimiento alguno, orgulloso de esa memoria heredada y que el “señor Jota” promete mantener vida porque sí. Por querencia y por amor, por tradición y hasta por insensatez. Albert Camus dijo: “Nunca serás feliz si sigues buscando en qué consiste la felicidad” y las pequeñas grandes cosas de la vida, un beso, una mirada, el abrazo sentido o ese pellizco de tu abuela en la mejilla brotan y vuelven a brotar, especialmente estos días de Semana Santa. Ya saben, regañoso y áspero, su soledad se vuelve, qué maravilla, compartida cuando bucea su interior, allá donde habita la sabiduría y el cariño infinito de sus progenitores. “Amarse a uno mismo es el comienzo de un idilio que durará toda la vida”, aseveraba un autor permanentemente presente en su memoria, el escritor inglés Óscar Wilde, iconoclasta de todo salvo de su ombligo.